Acompáñame niño a una plaza. Una con nombre del que se lavó las manos, porque sentenció sin quererlo al hijo del hombre, ese que hoy da sentido a nuestras cofradías, la Casa Pilatos. Un viacrucis de silencio del que solo queda el recuerdo, unos azulejos que marcan el camino a una cruz en el campo, 997 metros, los 1321 pasos que dio el Señor hacia el Calvario. Vestigio de lo que fue el culto del que nació la Semana Santa.
Todo avanza, poco queda. Andas y rezos se convierten en pasos y silencio sepulcral que el racheo de los pasos costaleros y el golpear de bambalinas y varales rompen con armonía. El sobrecogedor ambiente se apodera de la Sevilla del siglo XVI que así entiende su pasión. El pueblo no va a la iglesia, así que Dios tendrá que ir en busca del pueblo. La muralla, los caños de Carmona, el campo y la Cruz, la que construyeron los negritos de la Virgen de los Ángeles.
Trento sienta las bases de los nuevos cultos. Europa se mecía en la incertidumbre, asolada por la peste y con la religión en crisis: los protestantes habían empezado a desafiar al Papa. Con la Iglesia en contra, el Vaticano inicia el Concilio que daría pie a nuestras tradiciones. Roma aprueba las procesiones, se empieza a ver bien la imaginería y, sobre todo, se empieza a ver a María como Santísima Madre de Dios, digna de veneración. En Sevilla empiezan a nacer devociones como el Gran Poder o la Macarena.
Sevilla crece y con ella sus cofradías. El Señor se pasea por las calles que gobierna con una firme mano divina recorriendo su feligresía por templos y callejuelas. Su madre, la de todos, llora desconsolada por el camino de la amargura, la que invade a sus hijos al ver a Cristo muerto en el madero. Sin orden ni concierto, las hermandades van de templo en templo anunciando que Cristo les ha redimido, que el mayor acto de amor fue consumado y que crean, porque Cristo ha resucitado.
Todo lo bueno se pierde, se descontrola ¿Dios enseña al pueblo o el pueblo una vez más dicta sentencia a Dios? La razón de ser de la pasión se pierde y Niño de Guevara se impone a la mayoría: La Iglesia no está al servicio del pueblo, la Palabra no se cambia a gusto de todos. Sevilla sigue transformándose y con ella sus tradiciones. Un sínodo organiza las cofradías y se hace obligatorio el paso por la S.I. Catedral o por la Parroquia de Santa Ana en el caso del barrio de Triana.
“Qué sentido tiene ponerle música a la muerte si no se muere en Sevilla”. Del silencio al alboroto, la Sevilla que conozco así lo entiende, porque ya no se lamenta la muerte, se celebra la redención, el mayor acto de amor. Sin caer en el plagio de pregones así Rafa Serna lo entendió y como él, Sevilla. La oración se instrumentaliza para llegar al corazón y al cielo con notas de pasión por la Pasión, y es que la Semana Santa no se entiende sin sus marchas. Nace “Marcha Fúnebre” la más antigua conservada, conocida como Quinta Angustia y que plantó la semilla de lo que es hoy la música procesional.
“A la Gloria sevillanos”, porque no hay mayor gloria que la de preservar lo nuestro ni ciudad que lo haga con tanto amor como Sevilla. Algo digno de narrar como nosotros hemos hecho para que ese nieto sepa de dónde viene la Semana Santa y la viva con el amor de su abuelo.