Las Penas mantiene la esencia del romanticismo con actos como el de ayer. El traslado del Cristo de las Penas hasta su altar de quinario supera lo excelso. La magnitud por poder presenciar al Señor atribuido al círculo de Roldán a oscuras por San Vicente, ha hecho que el traslado se haya convertido en uno de los actos que los cofrades tienen apuntado en su calendario.
Y no es para menos, a las nueve en punto de la noche la parroquia se apagó por completo. El techo y las paredes de la iglesia solo estaban iluminados por los cirios morados que portaban los hermanos y por los hachones de las andas del Señor. La cruz de guía, acompañada de dos faroles, comenzó su discurrir por la nave lateral de la parroquia, y en ese momento, el órgano de San Vicente interpretó los sones de «Jesús de las Penas».
No se escuchaba ni un solo ruido, ni siquiera el de las calles aledañas de la collación. Tan solo las suelas de los zapatos de los hermanos que transcurrían por el templo, así como el rachear de los hombres que portaban las andas. El Cristo de las Penas realizó varias paradas en diferentes puntos de la iglesia, con el objetivo de controlar el cortejo que le precedía.
El nazareno caído llegó al altar mayor donde se encontraban la Virgen de los Dolores, San Juan Evangelista y la Cruz de Guía de la corporación, que apenas se distinguían en la oscuridad de un acto que transporta a escenas y épocas de antaño. Con la mirada hacia su derecha, la hermandad colocó al Señor en el centro del altar, donde los asistentes contemplaron y rezaron a la obra, que estaba iluminada por la luz de los cirios.
San Vicente disfrutó un año más de un evento de los que apenas quedan. Ante una época donde todo pasa tan rápido, Las Penas supo parar el tiempo en un traslado que supera la perfección.
Redactor de prensa, radio y televisión. Anteriormente en Onda Cero, Cámara de Comercio de Sevilla, Euromedia Grupo y Onda Capital.